Los
ciudadanos que hemos sido parte de los procesos de apropiación de las quebradas
y de los Cerros Orientales de la ciudad hoy comprendemos que estos procesos no
han sido asuntos puramente ambientales, sino también profundamente sociales y
culturales. Y que ha habido colombianos valientes y visionarios que con sus
actuaciones nos permiten hoy ver con esperanza el futuro de nuestra ciudad.
Julio Carrizosa Umaña, decano del ambientalismo en Colombia y uno de los principales
responsables de que en el año de 1976 se declarara la Reserva Forestal de los
Cerros Orientales de Bogotá, el pasado 3 de abril escribe en el periódico El Espectador la columna titulada “El ambiente bogotano”. Con
su publicación en nuestro blog los Amigos de la Montaña le queremos hacer un reconocimiento y
expresar nuestra gratitud:
El ambiente bogotano
A pesar de todo hay cosas que mejoran en el ambiente bogotano: los habitantes
de San Cristóbal le ruegan al Distrito que cumpla con sus planes de rehabilitación
del Río Fucha; los empresarios empiezan a hablar en serio de utilizar las vías
férreas para trenes urbanos, la Universidad de los Andes logra acuerdos con sus
vecinos de Las Aguas para realizar una verdadera rehabilitación urbana de la
cuenca alta del San Francisco, nadar en el río Bogotá y contemplar el
Tequendama se convierten en objetivos nacionales gracias al Consejo de Estado.
El Jardín Botánico florece y allí los docentes del Distrito alternan con los
científicos ambientales, los caballos que halaban las zorras ahora pastan en la
sabana, los recicladores se agrupan en microempresas, los míseros no pagan el
agua, los enfermos pobres reciben al médico en sus albergues. Hay indicios de
que Bogotá empieza a humanizarse.
Pero esa humanización de la capital no se logrará sino hasta que cese el odio,
el odio que tuvo su clímax en ese aciago día de abril y que después se
desparramó por todo el país conduciéndonos a la situación actual. El odio que
vemos en las palabras, en los gestos y en las posiciones de quienes quieren que
el país continúe segregado, sectorizado, estratificado, simplificado, dividido
hasta en los detalles más ínfimos para evitar que se terminen sus posiciones
ventajosas, para disminuir la posibilidad de que la unión de las razas, las
clases y las imaginaciones disminuya el poder logrado mafiosamente.
Los avances logrados pueden ser considerados como demasiado pequeños para
regocijarse si no se considera que detrás de ellos hay un proceso de
modificación de ideas y de conceptos. El principal, destruir las murallas
invisibles que dividen a los bogotanos, fortalecer la posibilidad de que todos
nos consideremos ciudadanos y compatriotas. El segundo, recuperar para el
centro de la ciudad el papel de ágora en la cual, integrados socialmente,
logremos convivir y crear. Allí, en las laderas de Monserrate y Guadalupe, es
posible que, uniéndonos sin odiarnos, la ciudad compacta sea también la ciudad
de la reconciliación en el postconflicto.
Si no aprovechamos esta oportunidad, si volvemos a las viejas rencillas, si el
norte continúa huyendo de la realidad, y si nuevamente ascendemos en la escala
del odio, la ciudad perderá su liderazgo de paz y concordia y es posible que se
convierta en un lastre que haría imposible la recuperación de la Nación.
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