Según la Organización Mundial de la Salud OMS y el Departamento
Administrativo de la Defensoría del Espacio Público DADEP, actualmente Bogotá
cuenta con la cuarta parte del espacio público verde que cualquier centro
urbano necesitaría para garantizar una aceptable calidad de vida de sus
habitantes. Y la forma de suplir esta carencia la tenemos a la mano, en
nuestros Cerros Orientales.
Los Cerros Orientales son el principal patrimonio de Bogotá, patrimonio que
es de todos. Protegerlos significa cuidar la salud física, mental y emocional
de todos sus habitantes y de las futuras generaciones. Al protegerlos
defendemos el derecho que todos tenemos al paisaje y a la contemplación de lo
bello.
Construir urbanizaciones en los Cerros Orientales es destruir el principal
elemento de identidad de Bogotá y de los bogotanos, es invadir el más
importante y más hermoso espacio natural de integración ciudadana que tiene
Bogotá, es destruir el mejor instrumento de que dispone la ciudad para hacer de
sus niños y jóvenes mejores seres humanos, aprendiendo a sentirse parte de la
naturaleza.
Construir urbanizaciones en los Cerros Orientales es destruir el más
tranquilo oasis de paz, de recreación, de agua, de biodiversidad y de aire puro
de que dispone Bogotá. Es destruir uno de los lugares que hace de sus
habitantes más productivos, libres y felices. Es amputar el paisaje, es
destruir el pulmón de la ciudad, es destruir la principal herramienta con que
cuenta Bogotá para adaptarse al cambio climático, es poner en riesgo su viabilidad.
Construir urbanizaciones en los Cerros Orientales es destruir uno de los
espacios más valiosos con que cuenta Bogotá para construir ciudadanía y
construir comunidad desde el cuidado de lo público. Es sacrificar el interés
general invadiendo la mejor posibilidad de espacio público verde que
urgentemente necesitamos ocho millones de bogotanos.
Bogotá no tiene Cerros. Los Cerros tienen a Bogotá. Son ellos los que
nos abrazan y nos cuidan. Destruirlos es destruirnos a nosotros mismos.